sábado, 2 de outubro de 2010

LULA DEIXA UM PAÍS CHEIO DE CONTRASTES E DESIGUALDADES.

En la octava economía del mundo, el 40 por ciento de la población carece de alcantarillado


CARMEN DE CARLOS / ENVIADA ESPECIAL A SAO PAULO

Día 02/10/201084 comentarios

Niños jugando ayer en una terraza de la favela Salgueiro, en las alturas de Río de Janeiro. APEl futuro es mejor que el presente. En esta máxima tienen fe los brasileños desde hace ocho años. Su Brasil, y lo saben, ya no es el que era. La etapa de crecimiento que atraviesa el gigante latinoamericano es formidable. La primera economía del hemisferio y octava del mundo, terminará el año 2010 con un crecimiento del PIB del 7,3 por ciento. Sin embargo, la locomotora de este lado del mundo deja en el andén de la pobreza a millones de personas. Los contrastes son tremendos.

Al norte, en el centro comercial Cidade Jardim, el más moderno de Sao Paulo y de Brasil, comparten escaparate un helicóptero, un yate y un ferrari. Los vendedores tienen cola para atender a los clientes. En la espera, la gente entra y sale de Tiffanys, Hermes, Louis Vuitton o la única casa Rolex que hay en Suramérica. En cada esquina un guardia, vestido con traje de chaqueta y armado, controla cualquier movimiento sospechoso. En la otra punta, en el mercado central de esta ciudad, Ramón García, hijo de un emigrante madrileño y propietario de media docena de locales de licores, vende «cada semana dos o tres docenas de botellas de Vega Sicilia. Cuestan 1.500 reales (unos 640 euros); y la botella más cara es Romanée-Conti, de 40.000 reales (más de 17.000 euros)», confiesa satisfecho.

La fiebre consumista y el exceso de talonarios no dejan ver que ambos centros están rodeados de miseria. En el caso de Cidade Jardim, la favela Real Parque ensombrece el camino del complejo de edificios donde sirven champán en el cine y las butacas se reclinan como en un avión. En el del Mercado central, la ruta de acceso la marca «Cracolandia», el barrio del crack (residuo de cocaína), territorio comanche donde los taxis se niegan a parar. Dos caras de una misma moneda cuyo valor se aprecia día a día pero, como se observa sobre el terreno, el resultado no es tan bonito como lo pintan.

Los pronósticos colocan a Brasil entre las tres primeras potencias del mundo en el año 2050, junto a Estados Unidos y China pero aquí el 40 por ciento de la población no cuenta con sistemas de saneamiento sanitario ni alcantarillado. Es decir, noventa millones de brasileños dejan sus deposiciones en las orillas de los ríos, en el campo o donde pueden. «Es una imagen del siglo XIX en pleno siglo XXI», observa Marcelo Neri, economista del Centro de Políticas Sociales de la prestigiosa Fundación Getulio Vargas. El escenario no es mucho mejor si se conoce que prácticamente la mitad de las viviendas no disponen de agua corriente. El pasado año, según Datasus (Sistema Único de Salud), unos 450.000 brasileños tuvieron que ser internados en hospitales por infecciones gastrointestinales severas. En materia de seguridad, la cosa tampoco mejora. La revista Istoé desempolvó esta semana un estudio de Naciones Unidas donde recoge un dato escalofriante: cada año treinta brasileños son asesinados por cada cien mil habitantes.

Sólo China crece

«Sólo China crece más que Brasil», celebró el ministro de Economía, Guido Mantega, hace unas semanas. Otto Nogami, analista de mercado, reconoce que «el crecimiento superó las previsiones». El Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) acaba de confirmar el aumento del PIB para fin de año de un 7,3 por ciento.

Una vez más, desde que Lula llegó a la Presidencia en el año 2002, Brasil puede presumir de sus cifras macroeconómicas. La inflación no supera el 4,5 por ciento y el Banco Central dispone de 250.000 millones de dólares en reservas pero en el otro lado de la balanza siguen figurando las cifras de la vergüenza nacional. Uno de cada cinco brasileños mayor de quince años es analfabeto funcional, y el 9,7 por ciento son analfabetos absolutos. Según el IBGE, el 42,5 por ciento de la riqueza está en manos del 10 por ciento de la población; mientras que el 10 por ciento con la renta más baja apenas reciben el 1,2 por ciento de la riqueza generada.

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